sábado, 27 de diciembre de 2008

Agobio


Siéntelo... Cierras los ojos y lo ves todo negro, y al principio todo es silencio; tumbado en tu cama, consigues relajarte y olvidarte de todos tus problemas y responsabilidades.

Son momentos maravillosos, en los que se te está permitido navegar por ese mar solitario en que se ha convertido tu mente por un instante; y recuerdas cosas, cosas que habías guardado en los rincones más oscuros de tu alma. Recuerdos de tu infancia, cuando los días eran infinitamente más largos que ahora, cuando una pelota y dos o tres amigos valían más que todas las máquinas electrónicas que hacen las veces de niñera y fuente de diversión, cuando al volver a casa siempre te esperaba un buen bocadillo encima de la mesa... Días que, por desgracia, han pasado ya, y de ellos tan sólo conservamos su memoria.

Y ahora todo es diferente: las personas maduran, crecen, dejan de ser niños... sería genial poder congelar la infancia por los siglos de los siglos, ¿no es así? Pero sé que eso es imposible, y remoloneando en pensamientos como esos no haces más que perder el tiempo. Ya no somos críos, y hemos entrado en una etapa nueva para nosotros. Ahora sí que sí; no es hora de ir quejándonos a mamá y a papá por la inmensa cantidad de asuntos que nos preocupan, tampoco podemos depender completamente de ellos, como cuando éramos chicos, porque, sinceramente, ya no los necesitamos (en muchos aspectos de la vida). Es hora de empezar a caminar solos, de ir soltándonos poco a poco de la mano de nuestros padres e intentar avanzar, a tientas quizás, en este mundo. Atención, ya nada es lo mismo...

Sólo una cosa: no dejéis que este nuevo renacimiento como persona os venga grande, ni tampoco dejéis que los demás vayan tras vosotros con estacas, golpeándoos de vez en cuando para que deis un pasito más; romped sus instrumentos y corred libres. Sin prisa, pero sin pausa...

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