sábado, 27 de diciembre de 2008

El gato negro


Un gato negro se posa en el regazo de una mujer embarazada; la mujer tiene los ojos velados, y en sus mejillas se divisa el rastro de lágrimas añejas por un padre inexistente. El felino la mira fijamente a los ojos, y ella, incapaz de resistirse a la tentación, abre los suyos y le devuelve la mirada; sus ojos negros se entrecruzan en un instante infinito, impredecible.


¿Qué sentido tiene querer a alguien que te hace daño, aunque sea de modo inconsciente? El amor no tiene barreras... en ningún sentido; ¿y qué si me he convertido en un ser odioso, repugnante, indigno de amar y ser amado por nadie? Aborrezco el mundo que hemos inventado, falso, completamente falso, el cual nos obligan a adorar como si fuéramos serviles borregos.


Un gato negro se desliza suavemente por una calle oscura, húmeda; la luz de una o dos farolas apenas la iluminan, dotándole de un aire misterioso de novela policíaca. El felino desaparece por una esquina, dejando en el suelo unas huellas; las huellas de un ser al que nunca le importó ser como era, ni lo que los demás creyeran.

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