miércoles, 25 de febrero de 2009

Viendo la tarde caer



Rompen las olas en la distancia.
Veo la tarde caer en este lugar,
intentando no pensar demasiado,
alejarme de la dura realidad.

Me enciendo un cigarrillo
que me sabe a pura gloria
en estos momentos,
y siento que al fin puedo descansar.

El mar está tranquilo, como siempre,
a lo lejos un velero lo surca despacio.
Pierdo la mirada en la grandeza
de los pequeños y maravillosos detalles.

Una bandada de gaviotas me sobrevuelan,
y se pierden en la distancia lejana.
No se puede tener todo en la vida,
pero no es ésa mi aspiración.

Acaricio la arena con la palma de la mano,
siento su sutil tacto entre mis dedos,
me regocijo con el placer de existir,
y poder contemplar tamaña belleza.

Como quien no quiere la cosa,
me duermo sobre el colchón arenoso,
pierdo la noción del tiempo
y despierto al cabo de un rato.

Ha anochecido, una brisa suave
levanta levemente la arena;
huele a hoguera, huele a verano,
huele a mar, huele a salado.

Nunca he visto un cielo
como el de esta noche;
no hay mayor espectáculo en el mundo
que el baile de las estrellas en la noche.

Con las manos tras la cabeza,
recostado sobre el lecho de arena,
me sonrío para dentro,
inmensa y llanamente feliz.

Me olvido de que existías,
me olvido de que una vez te quise,
me olvido hasta de tu rostro;
me olvido de todo.

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