sábado, 4 de abril de 2009

Noche de estrellas


La noche de las estrellas era para Carlos una noche para soñar. Todo parecía perfecto y propicio para que los sueños de todos y cada uno de los allí presentes en la orilla de la playa pudieran cumplirse, como así deseaban.

Tumbados en la arena, con el firmamento como único techo, dedicaron parte de aquella noche a contemplar las estrellas, los luceros incandescentes del cielo, que brillaban más que nunca en ese momento. Inmóviles en el universo, en realidad no lo estaban, y si te esfuerzas, y pones toda tu atención en el ejercicio de su contemplación, puedes llegar a sentir su movimiento, lento, lentísimo, pero seguro y sin pausa; puedes llegar a tal grado de comunión con el universo que difícilmente abandonas cuando ha llegado la hora de hacerlo.

Era verano, corría una dulcísima brisa, y la playa estaba iluminada tan sólo por las estrellas y la luna, que las presidía a todas ellas, majestuosa. Para Carlos aquello era poco menos que el paraíso. Lo tenía todo: el mar, el verano, la arena... menos a ti.

No había día en que no me hablara de ti. Nos sentábamos los dos en la playa, al atardecer, y perdíamos la mirada en el horizonte; tras un rato, empezaba a contarme cosas sobre ti, sobre las locuras que habíais cometido juntos,... también me hablaba de lo que pasó después, todas las movidas en que os visteis envueltos, y cómo os fuisteis distanciando, sin quererlo, sin apenas advertirlo... Y mientras lo hacía, veía lágrimas caer por su rostro, un llanto sincero que brotaba de lo más profundo de su corazón.

Esa noche, un tipo optimista y soñador como él, deseaba que ocurriera algo fuera de lo normal, que lo alejara de la rutina que lo perseguía. Con la cabeza gacha, dibujaba formas en la arena, sin saber muy bien qué hacía; la suave brisa las deshacía en pocos segundos, y formaba otras aún más extrañas. El rumor de las olas y las hogueras lo adormecían, por lo que se puso en pie dispuesto a dar un paseo a la orilla del mar.

Nadie, ni siquiera tú sabías lo que podía pasar por la cabeza de Carlos; a los ojos de la gente era un tío solitario, frecuentemente sumido en sus pensamientos, poco dado a hablar por el hecho de hablar. Sin embargo, y como suele pasar en estos casos, lo importante estaba en su interior, en sus ideas, sus sueños, su forma de ver la vida... Y ese interior era algo que poca gente había tenido el privilegio de contemplar.

Un día me dijo que sería incapaz de morir por alguien, que amaba demasiado la vida como para perderla de ese modo, incluso por causas tan evidentes. En su momento le creí, para mis adentros, algo egoísta, egocéntrico, y no entendí sus razones para pensar de ese modo. Y ahora lo entiendo menos...

En la noche de las estrellas, durante su paseo nocturno, te vio, a lo lejos, los pies enterrados en la arena, y mojados por el agua de la orilla del mar. Le dio un vuelco al corazón, y salió corriendo hacia ti. Pero algo pasaba, porque por más que corría, no lograba darte alcance, cada paso que daba le alejaba más de ti, parecía una horrorosa pesadilla... Hasta que su corazón no pudo más, y "estalló".

Le vi sentarse sobre la arena, llevándose la mano al pecho, y una ligera expresión de dolor en el rostro. Con movimientos bruscos, atinó a apoyar la espalda contra el suelo arenoso, y finalmente se dejó llevar. La última vez que abrió los ojos, la última vez que puedo decir con certeza que lo contemplé con vida, todo un cielo de estrellas se extendía ante sus ojos, y parecían brillar más que nunca. Un cometa cruzó veloz el firmamento, en el momento justo en que la vida se escapaba en el último suspiro de Carlos, y tú te acercabas, por fin, a él, sin comprender nada de lo que estaba pasando.

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