sábado, 7 de abril de 2012

Tienes miedo.
De dos en dos, como perros agazapados
alrededor de una hoguera.
Bebemos y reímos para sentir la comodidad
de nuestra propia inconsciencia,
pero nadie nos quita la lucidez instantánea,
el desvelo súbito de que nada es cierto.
Y todo se desmorona y cae por su peso;
las caras de la gente en que un día creíste
no son más que muecas,
sonrisas postizas, guardianas de apariencias,
miradas vívidas e intensas perdidas
en el tedio de lo que no es.
Sabes que es triste,
verte y no conocerte,
conocerte y no verte,
como si fuera lo mismo,
quizá lo es.
Tienes miedo de conocerme.
Patadas al aire y brisa de junio por la tarde.
Jugamos la partida como quien nada pierde,
porque nada tenemos,
más que tiempo como arena,
agua entre los dedos,
y nunca es suficiente.
Café y caricias.
Hablamos y, en el proceso,
olvidamos. 
Y esa brisa del verano que nunca conocimos
será tu recuerdo,
cuando ya no me acuerde de ti.
Mientras, déjame que te olvide.
Tienes miedo, lo sabes.
Te vienen a la mente las conversaciones
que murieron bajo tímidas miradas,
la impotencia de no saber qué decir,
y huyes.
Huyes de un beso en la mejilla
a las 3:05 de la mañana,
cuando la soledad nos inunda
y nadie quiere marcharse;
el beso y la mirada.
El caos y la quietud.
Quietud.

Silencio.

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