jueves, 12 de febrero de 2015

Gritos en lo profundo de la noche.
Sobresaltado, despiertas
del letargo en el que vives.
La calle está a oscuras y hay silencio;
en tu cabeza se arremolinan ideas,
blancas y grises,
y sientes un cansancio profundo
de pronto.
Quieres correr y no sabes por qué,
o reír o hablar o dormir o todo a la vez;
el hoyo se hace más y más grande,
no quieres saber nada, sólo estar solo.

Es extraño mirarte y sentirme así,
porque tú que eres lo más grande,
que fuiste mi escalera hacia el cielo,
mi locura, mi intimidad,
a veces sales volando,
te pierdes en ti misma y en tus formas,
y no consigo alcanzarte.
Y entonces sólo quiero caminar hacia otro lado,
esperando encontrar tus huellas
en el camino,
alcanzarte de nuevo y ser nuevo para ti.
Como lo era al principio.

martes, 30 de diciembre de 2014

Porque a veces,
recalco,
a veces,
los sueños,
los más profundos,
los que piensas
sin pensarlo,
los que manchan
tus horas y días,
son reales,
y a dos noches
de la noche última,
recuerdo el beso
que te voy a dar,
tu perfume
que voy a oler,
y la sonrisa gigante
en mi cara
cuando el año acabe
y empiece contigo.

martes, 1 de julio de 2014

Supongo que siempre tiene que llegar el momento.

Miras desde la cama en penumbra la curva de su hombro
y nunca, en tu puta vida, piensas que eso no vaya a estar ahí.
Las señales no aparecieron, y quizá fue lo más evidente,
que la falta de señales esconden las grietas profundas,
abajo, donde nadie las ve.

Corres, sin mirar atrás, pero no ves la pared delante de ti.
Con las manos en alto, bailando y gritando y saltando,
se interpone el muro en tu camino, y chocas.
Desconcertado, miras alrededor y sólo hay muro,
y oscuridad y ecos.

¿Qué ha pasado? No lo sabes, y te preguntas cómo.
Que no entiendes que esa sonrisa ya no te baile los ojos,
que no entiendes que romper la distancia ya no sirva,
que hayan kilómetros donde aparentan centímetros,
distancia en la cercanía.

Hace frío en pleno Julio y ni te das cuenta.
Las noches se vuelven líquidas, como las horas,
y pierdes la conciencia de las mañanas o tardes,
¿por qué estás aquí mirando el atardecer?
Corre, ve rápido hacia allí, haz algo.

El aire se vuelve extraño, como el sabor
de la sangre en la boca de las palabras como cuchillas.
Paz, tregua, manos en alto, rodillas en el suelo,
lo que sea con tal de mirarte a la cara y olvidarlo todo,
dar una patada al suelo y empezar otra vez.

Dónde está el camino, quizá nunca lo has sabido.
Quizá sólo andabas, sin saber. Sin mirar.
Y ahora te empeñas en mirar al suelo, cuidando cada paso,
previendo la hipotética roca que te haga caer,
el bache que te hunda y te engulla.

No sé dónde estoy, quién soy, qué es esto.
Si la vida era fácil y la cerveza corría,
si la sonrisa de mi cara cuando preguntaban por ti
no había dios que la borrara,
¿cómo quieres que siga?

Si no queda nada, ¿qué tengo?
Si nada puedo darte, ¿qué tengo?
Si nadie quiere nada, ¿qué tengo?
Si nada es lo que te viene cuando me ves,
¿qué me queda?

¿Cómo entender nada, si todo es absurdo,
si esto es absurdo, si somos absurdos,
si cualquier maldita acción tiene su reacción absurda,
si lo más lógico de mis decisiones me lleva ante ti,
la reina del absurdo?

Quizás el mar me cierre los ojos por un rato,
y me deje llevar por su voz susurrante,
perdido en ninguna parte, a solas con él,
sintiendo la arena y aferrándome a ella como si eso
fuera lo único cierto en esta vida.

Quizás es lo mejor.

sábado, 7 de junio de 2014

Quiero escribirte como te hablaría.
Y contarte en susurros, en tu cama, tú desnuda,
que echo de menos las noches en que todo empezó,
cuando eras para mí un libro extraño, intrigante,
nuevo, un mundo infinito de posibilidades.
Contarte que qué bonitos los comienzos,
qué raro el no conocer tu voz,
no asociar esa voz tuya a tu rostro de ángel,
por más que ya te conociera de pasada.
Me gustan los redescubrimientos.
Me gusta pensar en que todo es inesperado,
lo bueno y lo malo;
me gusta pensar que sólo semanas antes
de que todo empezara,
sentía curiosidad por tus maneras exóticas.
Eras libre, feliz como un pájaro,
te recuerdo violenta como un polvo salvaje,
magnética y asustada, fuerte y poderosa.
Que mi timidez me matara y no saber decirte nada,
en aquel concierto que vimos sin cruzar apenas palabra.
Me gusta pensar que sólo semanas después de aquello,
te asusté momentáneamente con mis amenazas
sobre el muñeco de nieve, para luego querer llorar
del placer de verte sonreír y acercar tu cara a la mía.
Puentes, noches, colores blancos, luces.
Quiero volver, aun en recuerdo, a los paseos en el río,
a los tanteos del uno al otro,
sin saber muy bien qué decir,
pero diciendo exactamente lo que queríamos decir.
Bajar la guardia sin saber muy bien por qué,
quizás eras sólo tú, rubia como el sol,
sin más explicación que ésa.
Y quiero decirte que cuánto echo de menos
las primeras miradas, separados por una mesa
y un par de cervezas, expectantes y muertos de curiosidad.
Los momentos de silencio necesario.
Líneas en el suelo gris. Monumentos,
y besos pedidos en silencio, besos perdidos.
Besos encontrados después de descubrir
que 1999 fue un buen año, aunque no lo supiera antes.
Frío, mucho frío, punto de congelación,
pero arder por dentro y por fuera en tu abrazo,
querer sumergirme y ahogarme en tus labios cortados,
ganas y miedo de morir, vivir lo que fuera, pero allí,
en ningún otro sitio o momento.
Leer las líneas de tus hombros como en braille,
tentar a la suerte y descender, y ver en tus ojos
la súplica muda y la tentación suprema que nos era negada
por alguien a quien entonces, en ese preciso momento,
detestaba y aborrecía.
Portales a falta de pisos en el centro.
Puertas rotas y bocas insaciables.
Quiero contarte que nunca fue más bonita Murcia desde las alturas,
que ninguna palabra haría justicia al brillo de tus ojos
reflejando la tierra que piso ahora.
Recuerdo tu casa y su olor;
me encanta el hecho de asociar olores con momentos, lugares, personas.
Y tu olor, el de tu vida, era absolutamente inédito para mí.
Y el olor de tu piel después de dormir,
el olor del aire de tu pueblo mientras esperaba
a que me abrieras la puerta.
Y pensarte me hace querer morder,
me hace querer esconderme contigo debajo de tus sábanas en B&N,
y reír al contar las veces.
Una, o cuatro. Y más, siempre más.
Y el mono que siempre miraba, el muy cabrón.
Quiero decirte que nunca tuve suficiente con mis fotos de ti,
que hubiera inmortalizado hasta aquella sonrisa tuya al cruzarnos
en el pasillo de aquella sala medio vacía,
cuando no sabía ni tu nombre.
La playa y los días grises,
aparcamientos inclinados y tú oculta detrás de unas gafas de sol.
Pisar la arena, oler el mar, mirar atrás y verte, esa sensación.
Los viajes de vuelta, o de ida, con el sol ya bajo,
tu mano en mi cuello y la mía en tu muslo,
paz y música, o gritos y risas incontrolables en mitad de la noche,
y el ridículo estaba de más como siempre lo había estado contigo.
Me gusta Marzo y sus momentos inclasificables,
me gustan los sanatorios abandonados y las fotos oscuras,
las voces y la duda y excitación de hacerlo.
El lugar más extraño. Uno menos en la lista.
Recuerdo los domingos (como algo superior).
Las conversaciones precedidas de miradas o mi mano en tu cara,
o viceversa, o todo a la vez.
Y quiero hablarte como te estoy escribiendo.
Y volver a contarte en susurros, en tu cama, tú desnuda,
que quiero volvértelo a hacer, detener el tiempo sólo unos días,
que lo malo está y estará ahí pero se puede esconder donde quepa,
y así buscarte de nuevo, escucharte de nuevo
y traerte de vuelta, traernos de vuelta.

lunes, 26 de mayo de 2014

Las noches de domingo a oscuras
en tu habitación, lejos de aquí,
tanteando tus ganas y la piel dulce
que precede a tus caderas.
En la oscuridad, todo suena más fuerte.
Casi puedo verte, claros como el agua
tus ojos verdes que me hacen querer
arrodillarme,
para rogar el perdón que no merezco
o beber de tu sexo como pez en el desierto.

Como volver a casa después de estar perdido,
como agarrar una mano cuando los nervios
te hacen dudar,
como sentir la música saliendo de tus cuerdas
como agua fluyendo en un río;
sentirte aquí, en este punto exacto,
donde sólo los dos llegamos
y todo se vuelve tangible y brillante,
donde los defectos son virtudes,
las virtudes, defectos,
y nada de ello importa si puedo poner
mi mano en tu cara.

lunes, 28 de abril de 2014

No aprendo, y lo único que hago es perderte.
Cada día más, cada día un nuevo adiós.
Te pienso y me dejo de mí mismo;
no soy yo, sino un recipiente de todo el deseo
por ti acumulado,
de todas las historias que quise contarte
a la cara y no tuve tiempo,
cuando te vi marcharte de aquí
en el momento en que tu puerta
se cerró delante de mí.

Ha pasado toda una vida desde entonces,
una sucesión de momentos sin control,
desorientados, azarosos, difusos,
que no hacen más que ocultar
lo realmente importante:
ese 'te quiero, no lo dudes' al oído
en el momento más tardío,
esa promesa nunca dicha
que alimentaba mi esperanza.

Si tan sólo el tiempo se hubiese detenido,
si tan sólo hubiera podido alargar esos minutos
hasta convertirlos en siglos,
y esconderme contigo
y decirte todo lo que di por hecho;
si tan sólo la vida me hubiese regalado
tus encantos por unos minutos más,
quizá no estaríamos aquí hoy,
quizá te supiera ver como te veía entonces,
y me supieras ver como te encantaba
verme entonces.

Pero aquí estamos,
en tierra de nadie,
perdidos sin saber a dónde ir,
a dónde lleva este camino incierto.
Y no puedo agarrar tu mano
y decirte que camines conmigo,
que quiero acompañarte
en este viaje,
celebrar tu felicidad.

Y no aprendo, y te pierdo,
y te escapas entre mis dedos,
y no sé prenderte y te digo palabras
que te alejan más, y más, y más,
y sólo me siento impotente,
sólo quiero gritar y verte y quererte,
pero sólo me sale ser esta suerte
de enfermo mental,
más perdido que nunca.

lunes, 21 de abril de 2014

He decidido escribirte las palabras
que no te puedo decir.
Liberarme de cargas innecesarias
y dañinas dentro de mí,
bombas nucleares que alguien tiene
que enterrar bajo tierra,
para que nadie sepa que están ahí,
aunque estén.

Mi vida son dudas, sólo dudas.
A cada momento.
Y cada certeza que parece presentarse
sólo es un espejismo ante mis ojos,
un fino velo que se contornea ante mí
y se desvanece en cuanto intento prenderlo.

Me das la vida, como nadie sabe hacerlo.
Me haces grande y gigante y descomunal,
me llenas con tus maneras, tus palabras,
tu voz y sonrisa que tanto he llegado
a echar de menos.
Me prometes historias y noches sin dormir,
me encandilas con recuerdos impuros,
como la mujer sencilla y humilde, bella,
que se esconde tras la máscara de oro.
Caigo, y río, y me pierdo.
Me hundo en esa corriente de sentimientos
que corren rápido, como un río que se aproxima
a despeñarse en el vacío de una catarata.
Disfruto de ti y tu frescor,
redescubierto y prometedor,
sin pensar en nada más.
Te prometo y te escribo las palabras
más bonitas y sinceras que han salido de mí,
y callas.

Es triste pensar que somos gente ilusa,
que vivimos de sueños y promesas que, a menudo,
sólo están en nuestra mente.
Es triste no porque sean tristes los sueños,
no porque sean tristes las ganas de alcanzarlos,
sino porque casi nunca son los nuestros.
Son ideas, recuerdos, momentos,
que alguien depositó en nosotros
y hemos adoptado como nuestros.
Y como los espejismos que no vemos
con nuestros propios ojos,
es vano intentar aprehenderlos.

Y es triste que este domingo, ya temprano lunes,
mis ganas y mis pensamientos estén a miles
de kilómetros de aquí,
y aquí me encuentre, escribiéndote
(o escribiendo mis pensamientos hacia ti),
las cosas que no te puedo decir,
las cosas que te harán un daño que no quiero hacerte,
los gritos mudos que a veces se me escapan
y que tantas veces me arrojas a la cara.
Es triste porque te quiero sin querer,
aunque que me quieras sea lo que he perseguido
desde el momento en que unas palabras
cruzaron nuestros caminos aquella noche.
Es triste, y quizá ridículo, soportar la indiferencia,
los ni contigo ni sin ti,
las dudas que creíamos enterradas,
las palabras que maquillan realidades distintas.
Es triste porque siempre he pensado
que, si está en mi mano, nunca te haría pasar
lo que no quiero que me hagan pasar a mí.

Como hablar con un extraño a quien conoces demasiado,
como esa persona que forma parte de tu vida y rutina,
como cualquier otro maniquí en un escaparate.
Buscarte y que me enseñes tus manos vacías,
limpias, relucientes; vacías.
Seguir buscándote con la coraza puesta,
que destrozas en mil millones de pequeñas partes;
o hacerlo sin la coraza, como he hecho tanto tiempo,
total, nada queda en mí que no haya perdido ya,
alguna vez.

Y quiero quererte y no quiero a la vez,
quiero ser tu felicidad pero quiero ser egoísta,
quiero ser todo pero el precipicio está cerca,
y el salto no tiene fin visible.
Quiero todo, como si eso fuera posible.
Como si eso fuera lo que quisiera,
y no verte desnuda encima de mi colcha naranja,
después de hacerte el amor tres veces,
y hablarte mirándote a los ojos de todos los sitios
a los que quiero llevarte y que vengas conmigo.
Como si lo que quisiera no fuera
volver a leer braille en tus lunares,
chocar tus dientes con los míos y sentir la tiricia
fascinante que ello me provoca,
o dejarte huella en cada rincón de tu cuello.

Pero, ¿ves? Me pierdo, y no sé volver.
Aquí estoy maravillándome con tu recuerdo
sin saber realmente si se convertirá en futuro;
aquí estoy nombrándote cuando ni siquiera sé
si en los sueños que cultiva tu estado inconsciente
hago acto de presencia.
Aquí estoy, predicando que te quiero para mí,
a lo loco, como si fuera gratis,
o un acto inofensivo y blanco;
vomitando palabras a una página vacía,
esperando que el día nazca y, quién sabe,
todo cambie.

domingo, 9 de marzo de 2014

El desengaño es amargo,
como cuando las cosas
cambian de color
cuando desaparece el sol
y sólo queda un ocaso
frío y azulado.
Quieres entrar por esa puerta
que ya no existe,
la ves pero no está ahí,
son sólo sombras;
ahora sólo quedan decorados,
paredes falsas que caen
al rozarlas con los dedos.
Y dudas de tus recuerdos,
y todo se vuelve demasiado
caótico y gris.
La verdad ya no es tangible,
y aunque tus manos
se sientan vivas, móviles,
y tus pies te lleven por caminos
duros y asfaltados,
las sombras te hacen dudar.
Buscas y gritas auxilio,
en un intento desesperado,
pero es un grito mudo, vacío,
mientras en tu cara pintas
sonrisas ocasionales
para no pensar,
para no ver.

miércoles, 19 de febrero de 2014

Golpes en la pared,
mi cabeza al punto de explosión
y los días que se hacen más largos.
No pensé que conocería nunca esto,
no imaginé esta vida así.
Quiero escapar y salir de esta jaula
en que me he convertido,
no verte ni sentirte más,
así no, nunca, jamás.
Que se abran las puertas
y sólo ser libre de ser
todo lo bueno que siempre he querido.

miércoles, 12 de febrero de 2014

La luz cae oblicua a este lado de la cama,
son las siete de la tarde de un día cualquiera
y leo sentado, recostado contra la pared,
fragmentos de poemas que escribí
para alguien que se ha perdido ya.
No la recuerdo.
Recuerdo su cara, su sonrisa,
su estar, su voz, su gesto,
pero a ella no la recuerdo.
Y hay una tibia tristeza, algo rutinaria,
danzando en el ambiente,
cálida como la luz que apenas me roza.

Intento escribir algo, romperme la cabeza
pensando qué es lo que escondo aquí.
Intento no pensar en que mañana será otro día
y morirá igual que lo está haciendo éste.
Escucho música pero suena lejana, un eco,
insípida, monótona, irrelevante.
Pero hay calma aquí, una calma fría y blanca.
Sigo leyendo mis escritos,
intentando evocar sabores, olores,
mañanas de frío y viento y esperas en la puerta.
Te veo, te consigo ver,
y te siento, aún caliente.

Miro la pared gris amarillenta con hastío
y quiero saltar y apuñalarla con mis manos,
para romper el vacío que la colma
y que me contagia sin remedio.
No hay nada pero, ¿por qué no lo hay?
Pienso en cambiarme y salir a la calle,
quizá pasear o conducir un rato,
pero la tarde es gris y no hace calor,
no hay verano ni ventanas abiertas,
y este invierno que nunca recibí
con los brazos abiertos se empeña
en quedarse, cuando nadie lo quiere ya...