sábado, 27 de diciembre de 2008

El viento



Filas de personas encadenadas corren raudas hacia su destino. Sus ojos ya no muestran nada, tan sólo muerte. De sus bocas no escapan ya palabras de gracia y sentido, tan sólo vocablos malditos y banales. Para ellos ya no existe el mundo; para el mundo, ellos han dejado de existir.

Las águilas del tiempo cubren los cielos, lanzando sobre nosotros los excrementos del dolor y la burla, del ridículo y la desesperación, de las mentiras y su más vil aliado, el silencio. Exclaman barbaridades, lamentos maléficos que empañan la visión de quienes tienen la desgracia de soportarlos.

No pienso que haya cosa más terrible que el olvido, al que las malas e ignorantes lenguas suelen confundir con la muerte. A la muerte no la temo, me consta que más pronto que tarde urdirá sus planes en contra de mí; mas temo el olvido, el pensar que mi memoria, mi pensamiento, mi ser, pueda caer en las garras de los lobos del tiempo, y que éstos devoren todo cuanto quede de mí en este mundo terrenal.

Las palabras se las lleva el viento... hacia no se sabe dónde.

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