sábado, 27 de diciembre de 2008

Pablo


Pablo no sabía lo que era la vida.

No conocía el mundo de fuera, más que por los pocos ratos que le permitían sentarse encima de una silla junto al balcón, cuyas vistas dejaban bastante que desear. Aun así, era en estos momentos cuando sucedía algo maravilloso, inexplicable; Pablo abandonaba sus pensamientos oscuros, así como sus frenéticos espasmos involuntarios, y se dejaba llevar por la brisa. Se sentaba en el suelo, cerraba los ojos y soñaba que por un instante era alguien como los demás, alguien normal.

Su mente era un laberinto. Nadie era capaz de entrar en ella, ni arañar su superficie siquiera, y por eso se sentía tan solo; no podía decirlo, pero en su interior ardía el deseo de gritarlo a los cuatro vientos... y no era capaz. Había mucha gente alrededor suyo, pero ninguno de ellos acababa con su soledad. Se sentía prisionero dentro de su propio cuerpo, un alma atormentada por el dolor y el sufrimiento del día a día, incapaz de conseguir la libertad.

Pablo vive todavía, enclaustrado en un segundo piso junto a su madre, que sumisa lo cuida y lo alimenta, a sabiendas de que esa tarea le llevará toda la vida. Algunas personas piensan que es la ignorancia de estas personas la que las mantiene felices...

Nada más lejos de la realidad...

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