lunes, 7 de septiembre de 2009

A media luz


La orilla estaba calma, desprendían tranquilidad las dos o tres personas que, de forma pausada, caminaban a su vera bajo la luz violeta del crepúsculo.

El agua era fresca, agradable bajo los pies.

No existía la prisa en tu mundo, ni acaso el tiempo podía apremiarte a correr... no. Tú, a solas, caminabas, huías lentamente de las huellas que las olas iban borrando tras de ti, y cada una de esas huellas era un recuerdo pasado, desvaneciéndose para nunca más volver.

Tus lágrimas morían en el mar, como peces que se arrastran hacia la orilla sin tener otro lugar mejor donde morir y perder la vida. Morían tus lágrimas, y poco a poco morías tú, sin saber cómo, pero sí el porqué.

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