viernes, 21 de agosto de 2009

Las 7.11


Las 7.11. Sentados en la terraza de un bar, vosotros y apenas tres personas más, esparcidas en mesas aleatorias. Ella fuma; tú miras al infinito. Hay un leve ajetreo en la plaza: una pareja de ancianos, ella con vestido de flores, él con la camisa abierta, pasean con parsimonia; un turista japonés, con su cámara ultra-última generación, fotografía todos y cada uno de los ángulos de la Catedral; dos niños, chica y chico, se divierten en sus pequeñas bicicletas;...

El sol se va deslizando por la fachada de la Catedral, como lamiéndola muy lentamente. Ya está muy arriba y en un rato ya no iluminará nada. Corre una ligera brisa.


Y la miras; suelta una pequeña bocanada de humo por la boca, y después aprieta los labios. Sabe que la estás mirando, pero ya le da igual. "Estás tan bonita", quisieras decir. Pero no dices nada. Sería tan inoportuno como poco ingenioso. Y la verdad es que está preciosa; una belleza sobria, sin estridencias, pero sobrecogedora y excitante a la vez. Salvaje en su timidez.


En tu silencio, a falta de algo mejor que hacer, vas rememorando pequeños instantes del pasado. Como el momento aquel en que te sonrió por primera vez, y en el que te enamoraste de ella sin conocerla, sólo por esa sonrisa; o aquella vez en la playa, tumbados entre sombrillas de colores, en que te sorprendiste a ti mismo y le cogiste la mano con cierto temor, y ella te respondió con otra sonrisa, iluminando esos preciosos ojos verdes; o cuando la besaste por primera vez, aquella noche de luna creciente, sentados sobre la arena...


Y te preguntas cómo habéis llegado a esto. El porqué de estos silencios, tan incómodos y tan tristes. El porqué de esas miradas vacías y esquivas. El porqué de esos besos de compromiso. No hay respuestas; no tiene por qué haberlas. Pero el dolor está ahí, y eso nunca, nunca desaparece del todo, y deja huella, muy profundo, en tu corazón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario