domingo, 3 de enero de 2010

Recolectas miradas en una tierra baldía,
seca, de espíritu ausente, yermo.
A paso lento, acariciando el aire con los dedos,
las manos extendidas
y la mente cerrada,
andas un camino de barro y tierra mojada,
converso en un espejo de agua plateada;
las nubes oscuras del cielo parecen rodearte,
tanto por arriba como por abajo,
en un círculo maldito.
Caminas porque no hay más que hacer
más que seguir adelante
y simular una felicidad que no tienes.
Finges que posees tesoros, maravillas
en tu interior, cuando tu corazón no es más
que un saco ajado lleno de vacío.

Y aun así caminas, y te pierdes,
vas observando con ojos llorosos
todo lo que tienes alrededor.
Y echas la vista a un lado,
como buscando una simple presencia
que haga trizas tu soledad,
una sola mirada que destroce por completo
tu perspectiva del mundo,
y te haga apreciarlo con un ánimo renovado.

Y no está ahí,
no hay nadie ahí,
no hay ojos verdes que anhelar en secreto,
ni labios carnosos que recrear sobre los tuyos
en las noches de truenos y relámpagos.
Nadie hay que te susurre versos
que cosquillean en tus oídos;
no hay nadie que sepa abrir esa puerta sellada
que tienes por alma.

Y estás sola,
sola en un mundo lleno de gente sola.

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