martes, 6 de abril de 2010

Descalza, vaga por una carretera larga,
que no parece tener fin.
Porta una vestido blanco
que le llega a las rodillas,
y toda ella es luz,
y su sonrisa es el sol.
Camina con inocencia,
como si no le preocupara nada,
y aparta el pelo castaño de su rostro
con alegría en los ojos.
Parece que vuela,
como si sus pies no tocaran el asfalto,
sin ley ninguna,
ligera como la brisa de una tarde de verano.
El viento acaricia su vestido,
y cuando la miras,
parece más delicada que nunca,
y ella sonríe con timidez.

Más allá de la carretera,
el mar tranquilo susurra melodías al viento;
las olas rompen contra la orilla,
dejando huellas en la arena,
mientras ella camina allá,
en la carretera sin fin.

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