viernes, 19 de noviembre de 2010

Te llamé,
en mitad de la noche;
quería saber de ti.
Ahogado en
miedos, preguntas
y aire viciado,
sólo buscaba oxígeno
que respirar.
Cada segundo
una eternidad,
elástico e incierto,
inacabable;
nunca cogiste
el teléfono.

Me senté
una mañana fría,
desayunando recuerdos
y un par de cafés;
alguien hablaba
de algún lugar
lejos de aquí,
lleno de sol y alegría;
y yo no escuchaba,
mi mirada borrosa
perdida sobre la mesa,
sobre la cual descansaban,
tan frías como tú,
mis últimas esperanzas de verte.

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