Cuando se acaban las palabras
y las distancias parecen alargarse,
por muy pequeñas que sean;
las miradas se vuelven esquivas,
incómodas, hipócritas,
y el murmullo del aire
se torna débil ruido,
aun más molesto
que ningún otro;
los silencios amparosos
se vuelven espinas heladas,
y balbuceas palabras
que no te pertenecen.
Quizás entonces
sea mejor cerrar los ojos,
agarrar las maletas
de los pensamientos
y largarse a otra parte,
a respirar aire nuevo,
a buscar otros ojos
que me digan algo,
que me remuevan el corazón
como nunca nadie
lo ha hecho.
Siempre hay tiempo
de volver atrás;
somos jóvenes.
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