lunes, 23 de mayo de 2011

Querías saltarte todas las reglas,
y me amarraste para correr tras de ti
por el camino que lleva al mar;
tu cuerpo desnudo era un oasis
en medio de esta tierra de secano,
mis manos alcanzaban tu cintura
pero tú, misteriosa y sensual,
te escurrías como un puñado de arena
al viento de Levante,
sinuosa como una ola calma
de media tarde,
y yo te seguía, sin mirar atrás,
hipnotizado por esa fina línea
que separa la razón de la locura,
dibujada en la silueta de tus piernas.

Como un día de sol y verano,
el discurrir de las horas nos supo a poco,
perdidos entre sueños y murmullos
en los atardeceres rojos,
en las noches azules, infinitas,
en las estrellas a millones de horas
de aquí, esta playa que es mi casa,
nuestro refugio;
nos empapamos de los sabores
de las cosas, sus colores,
y me obsequiaste con miradas
a destiempo, de repente,
directas y certeras, letales,
como un fin del mundo, de todo,
pero al revés.

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