sábado, 11 de agosto de 2012

Hay momentos en que olvido
el hecho insignificante
de trazar un nombre
en una hoja blanca:
la vaguedad y firmeza
del movimiento curvo
que esculpe en grafito
esa idea que sobrevuela
tu mente,
personificada las más
de las veces,
dolorosa
o gratificante
como un grito
que nadie oye.
Toda una vida concentrada
en el simple acto
de escribir tu nombre,
miles de caminos que,
irremediablemente,
te llevan hasta ese punto;
comprendes entonces
el sinsentido que es
esperar a verlas venir,
ligarte a tus miedos
y fallar en el intento,
ser presa en la cárcel
de la que eres dueño.
Son palabras,
nombres que suenan a música,
olores y colores
tatuados en una libreta,
difíciles de ubicar y plasmar
aun cuando sabes que,
sin asomo de duda,
toda tu vida va en ello.

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