sábado, 27 de diciembre de 2008

El aire que respiras


En esta tarde calurosa, iluminada por un sol brillante y majestuoso, me rindo a los instintos más recónditos de mi alma y caigo en un sueño profundo...

Eran los minutos previos al despunte del alba, y una luz gris, oscura, acompañada de una densa neblina, alumbraba el lugar; estaba recostado sobre una enorme roca, que se alzaba encima del inmenso mar de nieve y hielo que se extendía hasta el horizonte infinito. Un viento glacial me traspasaba, como miles y miles de pequeñas agujas que, arrojadas por un oscuro y perverso ser de ojos maléficos, se me clavaban en la carne. Alcé la vista con desgana, pero mis ojos no conseguían ver más allá de la roca sobre la que me encontraba. Se oía un rumor incesante de aires huracanados y lluvias de granizo. Yo me encontraba desnudo, pero no sentía frío, sin mencionar el duro viento que azotaba mi ser hasta las entrañas.
Me puse en pie decidido, y me impulsé hacia adelante en un salto mortal. El huracán me guiaba, me animaba a continuar; cerré los ojos y sentí volar, libre como un pájaro. Amagué un movimiento y mi cuerpo comenzó a ascender. No abrí los ojos de momento, pero extendí los brazos, como las alas de un ángel. Seguía elevándome, sin descanso, hasta la eternidad. Al fin, el mismo viento de hielo que me había llevado hasta allí me detuvo con su mano autoritaria. Dejé por un instante que mis párpados se acostumbraran a la nueva luz de aquel lugar; entonces abrí los ojos.
El horizonte, cielo y mar se extendían más allá de lo que la vista podía llegar a alcanzar. Una luz intensa y dolorosamente cegadora se expandía justo enfrente de mí, sobre el mar; pero éste no estaba en calma, pues se removía ferozmente como si los mismos entresijos de la Tierra lucharan por alejarse lo más posible de su centro. Volví a mirar a la luz, pero ésta ya no me cegaba. Delante de ella se habían apostado dos ojos, vigilantes, esferas perfectas de un color negro puro, que ocultaban todo rastro de luz. Abrí la boca intentando liberar un grito, pero no emitió sonido alguno. El mundo pareció contraerse a mi alrededor, haciéndose más pequeño a cada instante que pasaba, hasta que se concentró en un solo punto. Antes de morir, pude divisar esos ojos que me miraban, antes despiadados, ahora bondadosos como la divinidad más alta.

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