sábado, 27 de diciembre de 2008

Y rock 'n' roll...


¿Quién me lo iba a decir, que iba a ser yo el que estaría allí, delante de setenta mil personas, setenta mil almas ansiosas de música, dándoles lo que querían? Las luces apagadas, la gente murmuraba cosas y el recinto era un hervidero de expectación y buen rollo. Agarré un micrófono y grité, y de las decenas de altavoces surgió un rugido estremecedor, acompañado de todo mi nerviosismo. La gente me siguió la corriente, y comenzó a gritar junto a mí. Deposité el micrófono en su soporte con una sonrisa y me retiré de allí. Una cortina inmensa de luces rojas se iluminó detrás de mí, y un sonido distante, camuflado por los gritos de la gente, surgió de la nada.

Era como el sonido de cien guitarras, todas tocando una única nota en compases diferentes. La cortina de luz producía el efecto de estar descendiendo hasta el mismo escenario. Esa misteriosa guitarra seguía sonando, dotando al lugar de un ambiente místico y bello, y la melodía nunca acababa, con pequeñas variaciones que matizaban la música que nos daba. Cuando parecía que aquello nunca iba a terminar, la guitarra se transformó.

Sonaba tímida y leve, pero a la vez frenética, y de nuevo parecían estar resonando cien guitarras a la vez. El sonido de un platillo Crash se extendió como un rayo por todo el estadio, seguido de un piano mágico, reverberado. La batería comenzó a interpretar un patrón rítmico que invitaba a la hipnósis. La música llegó a su púnto álgido, y un destello cegador, más brillante que el sol, iluminó a la gente durante una fracción de segundo. Entonces subí al escenario, lleno de energía y adrenalina, y comencé a cantar...

"Oh, you look so beautiful tonight..."

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