sábado, 27 de diciembre de 2008

El as de oros


He aquí que me encuentro con un dilema: ¿debo o no debo revelar mi secreto? Mi conciencia, despiadada y cruel, me dice que no, y mi corazón me ruega lo contrario. Mi mente vuela entre los miles de millones de personas que están fuera de este lugar, y con sus ojos ve cosas que no quisiera ser capaz de ver. Muerte, llanto, horror... espanto, venganza, traición, odio... ¿amor? ¡Ay, amor, bendita y dulce palabra que pregono sin sentido a los cuatro vientos! ¡Amor, arma de doble filo que te revuelves contra tu amo al más breve momento!... Sin embargo, no eres tú por el cual mi ser no vive, no es tu zalamera invitación la que estoy dispuesto a aceptar con lágrimas en los ojos...

Mi dilema es diferente, de otra índole. ¿Debo o no debo revelar mi secreto? Vivo en perpetua duda, duda que me hastía hasta extremos inconcebibles, duda de la que, a pesar de todo, no puedo separarme... Yo tengo el poder, yo puedo hacer que las montañas perezcan ante mi simple mandato, que los mares se eleven al cielo ante un débil soplo de aliento mío, que la luz se torne oscuridad sin remedio alguno; yo puedo hacerlo pero, ¿debo? ¿Debo o no debo revelar mi secreto?

La espera que os hago soportar es en vano, no lo niego. Porque más valen cien mil años de sufrimiento que cien mil almas inocentes, y esa es una verdad incontestable. Soy arrogante, orgulloso... no lo niego; pero es parte de mi ser, de esa persona que vosotros habéis creado, que soy yo. Y ahora permanezco aquí, sentado, pensativo, mas indiferente. ¿Debo o no debo revelar mi secreto?

Creo que no.

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