sábado, 27 de diciembre de 2008

Pedro Almanegra


A la señal, das dos pasos al frente, dos pasos firmes y decididos hacia el destino que te has buscado. Estás en un desierto, imagínalo; todo es vacío a tu alrededor, y el sol se vierte de lleno sobre la inmensa y árida explanada sobre la que te encuentras, en ese día pleno de verano. Dos o tres arbustos secos ruedan delante tuyo, como en las viejas películas del Oeste que tanto te gustaban.

El sonido de tu aliento reverbera en el ambiente.

Una mujer está postrada en el suelo delante de ti, mirándote con unos intensos ojos verdes. Está aterrorizada, pero no lo demuestra: su rostro es el perfecto ejemplo del más hábil disimulo. Te mira desafiante, valiente, sensual... Sus manos, apoyadas contra la tierra, sangran a causa de los afilados guijarros que componen el terreno. Pero ella sigue allí, sentada, retándote...

Tu carcajada retumba como un trueno en el lugar. Suena un revólver, y el eco que deposita en el valle.

El pasado que te trabajaste, la siniestra fama que otros te atribuyeron, el temor que inspiras al pueblo, te han dado ese nombre... Pedro Almanegra te llaman, y con tu risa oscura como el más oscuro de los pecados haces honor al nombre.

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