sábado, 27 de diciembre de 2008

Mil historias que contar


Cuando desperté aquella mañana soleada de principios de junio, no sabía que ya estabas allí. El sol se abría paso en mi ventana, dejando un rastro de luz sobre la cama, animándome a salir a la calle y disfrutar de la brisa cálida del mar. Me dirigí a la ventana y asomé mi cuerpo por ella. El mar de color añil se divisaba al fondo, y el horizonte se mezclaba con el agua, fundiéndose en un solo color. Aquí y allá lo salpicaban diminutas motas blancas, señal de su eterno movimiento. Miré más abajo y vi la arena dorada, que destellaba ante el brillo del sol. Y sentada allí estabas tú, con tu precioso pelo negro azotado por la brisa, mirando el mar, ajena a todo, y en paz contigo misma y con el mundo entero. No pude reprimir una sonrisa al verte; tú no me viste, y yo quería darte una sorpresa.
Me acerqué lentamente a ti, procurando no hacer ruido. Cuando me agaché junto a ti, y suavemente acaricié tu hombro, te sobresaltaste ligeramente, pero me dedicaste tu mejor sonrisa cuando giraste la cabeza y me miraste a los ojos. Vi mi propio rostro reflejado en ellos, en aquellos dos pozos oscuros y brillantes, penetrantes como la más intensa oscuridad. Me sentí desfallecer del ansia de besarte, y me di, con cierto egoísmo, ese capricho. Ese momento fue fugaz y a la vez infinito para mí, el instante más increíble de mi vida: tú y yo, a la orilla del mar, a solas, en aquella preciosa mañana que anunciaba el verano; no imaginé nada mejor.
Pasé mañana y tarde junto a ti, y a la noche nos sentamos en la repisa del paseo, de cara al mar, contemplando la luna estampada en el cielo estrellado. La gente caminaba detrás nuestro, hablando, riendo, viviendo, y nosotros estábamos allí, en silencio, temerosos de pronunciar una sola palabra que estropeara ese mágico instante. Al fin me atreví a mirarte, y tú me dirigiste la mirada; esas miradas fueron infinitamente mejores que mil palabras, no necesitábamos más. Me acerqué a ti, te rodeé los hombros con mi brazo y tú apoyaste tu cabeza contra mi hombro, suave y delicadamente. Me sentí el tipo más afortunado del mundo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario