Mi corazón es prisionero de sus miradas,
de sus súplicas y lamentos ahogados
por el poder tirano del dinero.
Mis lágrimas se vuelven amargas
cuando mueren en mis manos,
a falta de algo por lo que vivir.
Me olvido del mundo por momentos,
siento la presión de la vida en mi cabeza,
y tan sólo quiero llorar.
Sus voces son el eco del pasado,
de una tierra baldía y seca,
donde las calles no tienen nombre.
Yo las escucho, a lo lejos;
me llegan apagadas, sin vida,
y muero por poder hacer algo en contra.
Y últimamente ya no sueño,
siento que mi imaginación ha muerto
con la última luz del día.
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