martes, 22 de diciembre de 2009

En un estado de ingravidez,
pierdes conciencia de lo que te rodea.
Te transformas en aire,
te vuelves etéreo,
no existe lo físico, no existe el dolor.
Más ligero que un átomo,
más ligero que todo...

Es un cañón hacia las estrellas,
brutal, un golpe seco.
En un instante desapareces,
ya no eres tú,
ya no eres nadie,
ya no eres...

Agujas que inyectan amor,
momentos que se pierden
como lágrimas en la lluvia,
sin orden ni ley,
fugaces y estériles,
vacíos.

Y sigues, no puedes parar,
te pierde la fe en que quizás
no es tan malo como dicen...
Apunten... fuego.

Y vuelta a empezar.

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