martes, 2 de noviembre de 2010

Cuento los cigarrillos
que enciendes,
uno a uno,
mientras hablamos
de todo lo que importa
y lo que no.
Y así pasamos la noche,
divagando de cuentos,
sexo y mentiras,
cobardes hasta para
mirarnos a los ojos,
qué malo es conocerse
y qué infeliz yo
sin saber de ti.
La prisa te acaricia
el hombro,
y decides marcharte,
dejando tras de ti
un rastro de humo,
como lo que eres,
para fundirte con el alba
y no volver jamás.

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