lunes, 28 de marzo de 2011

Me despierta la pesadilla
en la que he estado inmerso
la noche entera;
todavía siento frío en la piel,
el frío que soñé,
y clavo la mirada en un techo
lleno de manchas y gotelé.
Tengo miedo de que
el momento pase,
tan volátil como la vida misma,
y llegue la mañana,
y el sol me cubra con un manto
que nunca le he pedido;
tengo miedo de dejar Madrid,
de abandonar los sueños
y mi voluntad en los caminos
que me llevan de aquí para allá,
de perderme en la vacuidad
de las visitas relámpago,
las calles emblemáticas
y tus llamadas rutinarias.
Me aferro al viento
como a una cuerda,
acariciando el oxígeno
que tan diferente siento de allí;
y Madrid me habla
con su voz cosmopolita y sucia
a partes iguales,
mostrándome sus noches
y sus gentes, sus calles
y sus contradicciones,
sus idas y venidas,
camelando mis sentidos,
engulléndome por dentro
y por fuera,
dejándome la mente
en los huesos,
fría y desnuda.

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