jueves, 2 de junio de 2011

Luchamos por nuestros sueños
con palabras adornadas,
gritamos al cielo y al viento
nuestras consignas huecas,
como globos de helio que,
una vez en el aire,
se nos escapan de las manos,
libres como los pájaros
entre los que vuelan,
hacia el infinito azul
que nubla nuestra vista.
Arrancamos carteles
de los muros de nuestros vecinos,
con los ojos ciegos
de quien no quiere ver
o no sabe cómo hacerlo;
nos empujan las ganas de movernos
hacia adelante, hacia cualquier parte,
y no tenemos rumbo,
somos diminutas hormigas predefinidas
y buscamos refugio en la oscuridad,
donde el sol no llega,
donde no podemos ver,
donde estamos más serenos
en la quietud de nuestro caos.
Hablamos de la paz y la victoria,
de los sueños que imaginamos
en las largas noches pasadas,
se nos llena la boca de palabras
y más palabras, no más que palabras,
símbolos, representaciones de lo irreal,
que mueren en nuestros labios prietos.

Tú me miraste una vez
al otro lado de la bruma,
y en tu mirada vi el reflejo
de las ideas que pueblan tu mente,
ese árbol de sueños que construyes
poco a poco, todas las noches;
yo te regalé mi alma,
pero el fulgor del presente
se esfumó con la marea,
y tú me dejaste a medias con mis sueños,
mis delirios incontenibles,
abandonado a mi suerte,
protestando por todas las cosas
en las que nunca creí.

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