lunes, 4 de julio de 2011

Ven, cuéntame cómo comenzó
aquella noche en que nos conocimos.
Éramos vida en plena ebullición,
puros pensamientos sin forma
volando desbandados
como pájaros a la angustia
de un disparo resonante;
dos almas sin gloria ni pena,
indiferentes sin saberlo,
cerrando madrugadas
en la soledad de la cama propia.

Nos cruzamos como el humo
de dos cigarros
en la cálida luz de la noche,
dos miradas batallando
en una guerra pactada,
sin nada más por lo que luchar
que un par de palabras
sin sentido con las que quebrar
la helada distancia entre nosotros.
Tu voz me hablaba trivialidades;
tus ojos verdes me llevaron lejos
de cualquier otra parte,
me empujaron al vacío
que se siente
ante la inminencia de un beso.

La noche se nos hizo alba,
y perdidos en la nada de las calles
nos preguntamos hacia dónde ir,
a qué vientos danzar nuestros cuerpos,
como si tan sólo nos quedara
la cuenta atrás,
y toda una vida acabara en el instante
en que tus ojos sintieran el sol naciente.
Recorrimos nuestros pasos de vuelta,
nos sumergimos en una noche ficticia,
irreal y psicodélica,
abandonando momentos
por los rincones,
amagando escapadas y sueños,
hasta caer rendidos al sofá,
absortos en la magia
de nuestras miradas,
sin pensar en los días
que nos quedaban por gastar.

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