viernes, 26 de agosto de 2011

La confianza la matamos una noche,
con un cruce de disparos certeros
al centro de nuestros sentimientos.
Murió joven, virgen e inconsciente,
en la plenitud de su existencia,
y nosotros la asesinamos, ignorantes.

No vale la pena que sigas llorando,
porque nadie te puede oír
en este inmenso desierto,
y no vale la pena
que te sigas riendo de mí;
tú y yo, cara a cara,
no tenemos secretos,
no tenemos nada.

¿Por qué me escuchas,
si nada quieres oír de mí?
Mientes gritando en tus ojos
la mentira,
tu voz me habla
a través de un cristal,
pasa a través de mí,
¿seré un fantasma,
una sombra sin vida,
un objeto inerte?

Vamos a reunir el valor
y escupámonos a la cara
lo que vemos ante nosotros,
o mintamos de nuevo
hasta que dejemos
de conocernos,
al fin y al cabo,
es lo que mejor sabemos hacer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario