sábado, 10 de diciembre de 2011

El frío de la calle, el que congela mis ideas,
y detiene el tiempo en las tardes de invierno,
me recuerda lo pequeño e insignificante de mí,
los detalles, las arrugas de mi alma,
como un verso que bulle en tu mente
y fallece antes de llegar a ser,
como esas esperanzas de verte
y no sentirme transportado a ese lugar
del que siempre he querido huir.
Duelen las caricias cuando son de hielo,
y las palabras que decimos
y no llegan a su meta,
por débiles, henchidas de desgana,
volátiles como burbujas de jabón
en una fiesta de cumpleaños;
duelen, como duele echar de menos
un sentimiento,
como duele buscar y no encontrar entre líneas
alguna mirada que amaine el frío,
o mendigarte atención
cuando ya no la tienes para mí.

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