lunes, 21 de abril de 2014

He decidido escribirte las palabras
que no te puedo decir.
Liberarme de cargas innecesarias
y dañinas dentro de mí,
bombas nucleares que alguien tiene
que enterrar bajo tierra,
para que nadie sepa que están ahí,
aunque estén.

Mi vida son dudas, sólo dudas.
A cada momento.
Y cada certeza que parece presentarse
sólo es un espejismo ante mis ojos,
un fino velo que se contornea ante mí
y se desvanece en cuanto intento prenderlo.

Me das la vida, como nadie sabe hacerlo.
Me haces grande y gigante y descomunal,
me llenas con tus maneras, tus palabras,
tu voz y sonrisa que tanto he llegado
a echar de menos.
Me prometes historias y noches sin dormir,
me encandilas con recuerdos impuros,
como la mujer sencilla y humilde, bella,
que se esconde tras la máscara de oro.
Caigo, y río, y me pierdo.
Me hundo en esa corriente de sentimientos
que corren rápido, como un río que se aproxima
a despeñarse en el vacío de una catarata.
Disfruto de ti y tu frescor,
redescubierto y prometedor,
sin pensar en nada más.
Te prometo y te escribo las palabras
más bonitas y sinceras que han salido de mí,
y callas.

Es triste pensar que somos gente ilusa,
que vivimos de sueños y promesas que, a menudo,
sólo están en nuestra mente.
Es triste no porque sean tristes los sueños,
no porque sean tristes las ganas de alcanzarlos,
sino porque casi nunca son los nuestros.
Son ideas, recuerdos, momentos,
que alguien depositó en nosotros
y hemos adoptado como nuestros.
Y como los espejismos que no vemos
con nuestros propios ojos,
es vano intentar aprehenderlos.

Y es triste que este domingo, ya temprano lunes,
mis ganas y mis pensamientos estén a miles
de kilómetros de aquí,
y aquí me encuentre, escribiéndote
(o escribiendo mis pensamientos hacia ti),
las cosas que no te puedo decir,
las cosas que te harán un daño que no quiero hacerte,
los gritos mudos que a veces se me escapan
y que tantas veces me arrojas a la cara.
Es triste porque te quiero sin querer,
aunque que me quieras sea lo que he perseguido
desde el momento en que unas palabras
cruzaron nuestros caminos aquella noche.
Es triste, y quizá ridículo, soportar la indiferencia,
los ni contigo ni sin ti,
las dudas que creíamos enterradas,
las palabras que maquillan realidades distintas.
Es triste porque siempre he pensado
que, si está en mi mano, nunca te haría pasar
lo que no quiero que me hagan pasar a mí.

Como hablar con un extraño a quien conoces demasiado,
como esa persona que forma parte de tu vida y rutina,
como cualquier otro maniquí en un escaparate.
Buscarte y que me enseñes tus manos vacías,
limpias, relucientes; vacías.
Seguir buscándote con la coraza puesta,
que destrozas en mil millones de pequeñas partes;
o hacerlo sin la coraza, como he hecho tanto tiempo,
total, nada queda en mí que no haya perdido ya,
alguna vez.

Y quiero quererte y no quiero a la vez,
quiero ser tu felicidad pero quiero ser egoísta,
quiero ser todo pero el precipicio está cerca,
y el salto no tiene fin visible.
Quiero todo, como si eso fuera posible.
Como si eso fuera lo que quisiera,
y no verte desnuda encima de mi colcha naranja,
después de hacerte el amor tres veces,
y hablarte mirándote a los ojos de todos los sitios
a los que quiero llevarte y que vengas conmigo.
Como si lo que quisiera no fuera
volver a leer braille en tus lunares,
chocar tus dientes con los míos y sentir la tiricia
fascinante que ello me provoca,
o dejarte huella en cada rincón de tu cuello.

Pero, ¿ves? Me pierdo, y no sé volver.
Aquí estoy maravillándome con tu recuerdo
sin saber realmente si se convertirá en futuro;
aquí estoy nombrándote cuando ni siquiera sé
si en los sueños que cultiva tu estado inconsciente
hago acto de presencia.
Aquí estoy, predicando que te quiero para mí,
a lo loco, como si fuera gratis,
o un acto inofensivo y blanco;
vomitando palabras a una página vacía,
esperando que el día nazca y, quién sabe,
todo cambie.

No hay comentarios:

Publicar un comentario