lunes, 28 de abril de 2014

No aprendo, y lo único que hago es perderte.
Cada día más, cada día un nuevo adiós.
Te pienso y me dejo de mí mismo;
no soy yo, sino un recipiente de todo el deseo
por ti acumulado,
de todas las historias que quise contarte
a la cara y no tuve tiempo,
cuando te vi marcharte de aquí
en el momento en que tu puerta
se cerró delante de mí.

Ha pasado toda una vida desde entonces,
una sucesión de momentos sin control,
desorientados, azarosos, difusos,
que no hacen más que ocultar
lo realmente importante:
ese 'te quiero, no lo dudes' al oído
en el momento más tardío,
esa promesa nunca dicha
que alimentaba mi esperanza.

Si tan sólo el tiempo se hubiese detenido,
si tan sólo hubiera podido alargar esos minutos
hasta convertirlos en siglos,
y esconderme contigo
y decirte todo lo que di por hecho;
si tan sólo la vida me hubiese regalado
tus encantos por unos minutos más,
quizá no estaríamos aquí hoy,
quizá te supiera ver como te veía entonces,
y me supieras ver como te encantaba
verme entonces.

Pero aquí estamos,
en tierra de nadie,
perdidos sin saber a dónde ir,
a dónde lleva este camino incierto.
Y no puedo agarrar tu mano
y decirte que camines conmigo,
que quiero acompañarte
en este viaje,
celebrar tu felicidad.

Y no aprendo, y te pierdo,
y te escapas entre mis dedos,
y no sé prenderte y te digo palabras
que te alejan más, y más, y más,
y sólo me siento impotente,
sólo quiero gritar y verte y quererte,
pero sólo me sale ser esta suerte
de enfermo mental,
más perdido que nunca.

No hay comentarios:

Publicar un comentario